En aquellos días Carlos se sentía muy deprimido. La muerte
de su mejor amigo y compañero de patrullaje lo había dejado destrozado y
preguntándose, si al fin y al cabo, todo
esto valdría la pena.
Habían compartido alegrías y tristezas durante ocho años. Y
lo habían visto todo, o casi todo. Imágenes enfrentadas y superpuestas al mismo
tiempo que pasaron como una película ante sus ojos en el momento en que su
compañero moría en sus brazos, mortalmente herido después de un enfrentamiento
a balazos. Mientras el, herido levemente, repasaba los recuerdos una y otra
vez, primero desde el hospital y luego desde su casa donde permanecía en
reposo.
Pero hoy se reintegraba al trabajo y sabía que le asignarían
un nuevo compañero.
Ya iba predispuesto de mala manera hacia el. Ninguno iba a
poder sustituir a su amigo del alma. El próximo mes Carlos cumpliría cuarenta
años y se amargaba de antemano pensando que seguramente le presentarían algún
joven, recién egresado de la
Escuela de Policía, sin experiencia y con aires de
superioridad, que pondría su paciencia al límite.
Compartió sus sentimientos de angustia la noche anterior con
Sandra, su mujer, beso a sus hijos mientras dormían y se encaminó a enfrentar
esta nueva etapa de su vida.
Y así fue que en parte, sus predicciones se cumplieron. Su
nuevo compañero era más joven que el, tenía treinta y dos años y si, tenía
ciertos aires de suficiencia, venía altamente recomendado y con reconocimientos
por labores heroicas realizadas.
Era alto, corpulento y tenía una intensa mirada en sus ojos
oscuros. Saludó a Carlos con cordialidad, lamentando la tragedia del anterior
compañero. Javier era su nombre y desde el primer apretón de manos para
saludarlo, Carlos ya supo que nada iba a ser igual y que tendría que esforzarse
por tolerarlo.
Empezaron a transcurrir los días y las semanas. Ocho y a
veces diez horas de trabajo compartidas con alguien que te genera antipatía, no
es algo fácil de llevar, pero Carlos trataba de poner lo mejor de sí.
Discutían, pensaban y opinaban distinto
sobre las diferentes estrategias a seguir en los patrullajes nocturnos.
Hasta que llegó esa fatídica noche en la que todo cambiaría
para siempre.
Iban persiguiendo a cuatro adolescentes, rateros de poca
monta, que salieron corriendo como endemoniados cuando se vieron sorprendidos.
Javier iba al volante, enfurecido, tal vez demasiado para una acción que al fin
y al cabo no era tan grave. Carlos tratando de que bajara la velocidad y
tuviera más cuidado ya que se trataba de chiquilines.
Entonces un auto se cruza delante de los muchachos y
atropella a uno que muere al instante. Carlos enloquecido, con todos los
recuerdos de la muerte de su compañero encima, le grita a Javier, insultándolo
y a punto de golpearlo cuando llegan otros patrulleros que se hacen cargo de la
situación y los llevan a ambos a la Estación.
Pasaron todo el día siguiente declarando por separado, cada
uno dando su versión y por supuesto cumpliendo con todo el papeleo que implica
un sumario.
Sus superiores trataron de calmar a Carlos que ya estaba
pidiendo cambio de compañero, todas sus emociones desbordadas.
A la noche siguiente los dejaron salir cuando los ánimos
parecían más calmados.
Carlos salió en busca de su auto en el oscuro
estacionamiento. No había nadie, eran la una de la madrugada de una noche fría,
tan fría como el alma de Carlos, cuando ve que Javier se acerca como para
hablarle.
Sin decir una palabra, Carlos le da un puñetazo en plena
mandíbula que lo hace perder un poco el equilibrio pero sin caer. Javier le
devuelve el golpe y le deja un ojo amoratado. Y ahí, sin mediar palabra empieza
el intercambio de golpes, al pecho, a la cara. En el silencio de la noche
resuenan las trompadas y las respiraciones entrecortadas sin quejidos.
Carlos le rodea el cuello con las manos y comienza a apretar
más y más mientras su mente le preguntaba ¿Serás capaz de matarlo? Javier con
la cara enrojecida aguantando la asfixia y sus manos encima de las de Carlos
tratando de soltarse. Las caras muy juntas, mirándose intensamente, respirándose
encima. Y la boca de Carlos que empieza a besarlo, muchos besos, un torrente de
besos, con fuerza, con ganas, mientras
afloja la presión del cuello. Se separa de Javier y lo mira con ansiedad
pensando, ahora me mata. Y Javier que le devuelve el beso, los muchos besos, el
torrente de besos, con fuerza, con ganas, con lengua. Todos los deseos
liberados como en tropel.
Mirándose otra vez Carlos dice- nadie puede enterarse de
esto-
Javier le sonríe, lo abraza y le dice- tranquilo, este será
nuestro secreto-
Y se suben al auto.
jajajajaja... me pillaste!!! a lo mejor le podías haber sacado más partido a la escena de la pelea, pero como lo importante viene después no voy a poner objeción. mira que cuando vi el bloque de texto sin diálogos pensé que se iba a hacer pesado, pero no. felicidades por el cuento, ya lo comentaré el 29 ;)
ResponderEliminarun saludo,
Sergio Mesa / Forvetor