Milton
Vivía en la calle. En Boulevard Artigas, en la Plaza de la Bandera, para ser mas
precisos. Un lugar céntrico en la ciudad de Montevideo. Ahí el césped esta
cortado prolijo y bajo un grupo de arbustos de poca altura, en un hueco en la
vegetación, Milton había extendido unos cartones sobre los que se acostaba. Se
tapaba con un par de frazadas que le habían traído los del grupo de
Voluntarios. Gracias a ellos podía tomar un tazón de sopa o guiso, a veces
chocolate caliente cada noche en que la camioneta hacía el recorrido.
Había otros, muchos como él viviendo en las calles.
Varias veces le habían ofrecido trasladarlo a los albergues
o refugios de invierno como se les llama. Pero invariablemente había rechazado
la propuesta.
Es que a Milton lo acompañaban todas las noches dos fieles
perros que dormían con el.
_ En el
refugio no aceptan a mis amigos_ decía cuando le preguntaban.
Era un hombre que había venido del interior a buscar trabajo
en la capital, pero la falta de estudios
le hizo imposible encontrar algo. Después de intentarlo un tiempo se cansó, se
dejó vencer por la apatía y el desánimo.
Y ahora hacía ya treinta años que vivía ahí.
_ Son buena
gente los Voluntarios, especialmente la señora Alicia, cocina muy rico, se reía
y mostraba sus encías con los pocos dientes que le quedaban.
Tenía el pelo oscuro y con muchas canas, largo por la mitad
de la espalda todo pegado formando una masa única. Los ojos oscuros de mirada
penetrante.
Yo lo veía todos los días
cuando pasaba frente a la plaza para ir a trabajar.
Flaco y encorvado juntando agua en una botella de plástico
desde una fuente que se encuentra casi sobre la calle.
Algo llamaba mi atención cuando lo veía y es que sonreía
siempre. No parecía un hombre quebrado por la vida ni amargado por sus
circunstancias.
Un día lo vi escribiendo. Sentado sobre sus frazadas,
concentrado, absorto en su tarea rodeado por sus perros e innumerables bolsas y
envoltorios en los que guardaba sus pocas pertenencias mundanas.
Algún tiempo después supe que Milton escribía poesía.
Había cursado solamente hasta quinto año de escuela, después
se fue a trabajar de peón de estancia, pero lo aprendido no se había borrado de
su mente.
Escribía con letra chiquita, infantil, las palabras como
hormiguitas, pero en su corazón estaba la sabiduría de lo que aprendés en la
calle.
Y lo volcaba en su poesía.
Les pidió a los voluntarios si podían llevarle un cuaderno y
una lapicera.
Cuando la luna
asoma su cara redonda
Viajo atrás en
el tiempo y me acuerdo de ti
Con mis
suspiros te llamo rogando que vuelvas
Pero es inútil.
Ya no estás aquí.
Gerardo
Integraba el grupo de los Voluntarios. Era un joven de unos treinta
años, sociólogo con una gran vocación por el servicio y la ayuda humanitaria. Salía
con la camioneta con otros compañeros a repartir comida caliente a los
indigentes que se afincaban en el centro. Con una fuerte vocación de servicio
es un tipo amable y preocupado por los problemas de los demás
_ Son un
grupo resistente_ nos decía. La mayoría de los sin techo aceptan ir a los
refugios cuando arrecia el frío en la peor parte del invierno que son los meses
de Junio, Julio y Agosto.
_ Pero este
grupo no quiere aceptar por no abandonar a sus perros, pero también porque no
aceptan reglas, como bañarse y no fumar.
Algunos consumen alcohol y drogas y la calle les permite esa
libertad.
Gerardo fue el primero en notar que a Milton le gustaba
escribir por eso se ofreció a llevarle lapiceras y un cuaderno. Desde entonces
Milton escribe dos o tres poemas por día. Allí vuelca todos sus sentimientos.
El poeta de la calle. Así lo llamo
Es un tipo increíble,
con una sensibilidad especial. Cuesta creer que con todo lo que le toca vivir,
pueda escribir con tanta belleza y sentimientos. Así somos. Cada uno de
nosotros muestra una imagen exterior pero por dentro nuestro universo es
especial y único.
Gerardo y Alicia intercambian impresiones y opiniones sobre
los indigentes que van conociendo.
¿Indigentes?
No se como referirme a ellos.
¿Desplazados?
¿Marginales?
¿Excluidos?
No se.
Te fuiste un día
sin
decir porque
dejando mi alma
deshecha,
lo se
Un
suspiro, una lágrima
me
quedan tal vez
Y la cruel
certeza
de no
volverte a ver.
Alicia
Una mujer admirable. Llena de energía y compasión por los
demás. Todo ese amor que tiene para regalar lo vuelca en la olla de los guisos
y sopas que prepara en el grupo de
Voluntarios. Por eso son tan ricos.
— ¡Decile
a Alicia que le quedó riquísimo! Y que le agradezco de todo corazón. Ella es un
alma buena igual que todos ustedes que vienen aquí cada noche con las ollas.
Después de trabajar ocho horas en una dependencia del
Estado, todavía encuentra tiempo para ir a cocinar en la sede del grupo.
Madre soltera con un hijo de doce años, que más que un hijo
es su compañero de ruta, Alicia encuentra en el grupo un lugar donde expresar
su vocación, así como un sentido a la vida.
— Si
no ayudamos a los demás ¿qué estamos haciendo en este mundo? Se pregunta.
Viven en una casita modesta pero linda y luminosa en Villa
Española que heredó de sus padres.
Un día le cuenta a Jessica que tiene una idea, que es un
poco loca, pero que viene analizando desde hace un tiempo.
Dulce dolor en el pecho
puñal en mi corazón
herida abierta que me dejó
tu olvido
y tu traición.
Jessica
Jessica estudia sicología tiene 24 años, es la más joven del
grupo. Tal vez por eso se le ocurrió crearle un sitio web a Milton para empezar
a publicar sus poemas y darlo a conocer. Ella misma se encarga de administrar
el sitio y le puso de nombre Los poemas de la calle.
Con mucha paciencia le explicó a Milton de que se trataba el
sitio y como funcionaba.
El respondía con alegría y entusiasmo.
Y así fue que la gente empezó a conocer su poesía y se
detenían en la plaza a preguntarle si verdaderamente el era el poeta. Sonreía
con su sonrisa de pocos dientes y contestaba a todos los curiosos que llegaban
a preguntar.
Su escritura sencilla, salida del corazón y de sus propias vivencias
llegaba al alma del lector.
Por esos días a Alicia se le había ocurrido una idea que en
principio parecía medio descabellada, pero pensándolo bien…
Quería ofrecerle a Milton el galpón que había al costado de
su casa.
Estaba en buenas condiciones, no se llovía.
Originalmente se había hecho para guardar un auto, ahora
ella lo usaba para guardar herramientas, escaleras y esa miríada de objetos que
se guardan en una casa.
¿Y por qué no?
Milton no aceptaba ir a los refugios entre otras cosas por
sus dos perros.
Ahí podrían vivir todos sin problemas. Haciendo una buena
limpieza y consiguiendo los muebles básicos, sería posible acomodarse.
— ¿Vos
estás segura? ¿Le preguntaste a tu hijo? Jessica se preocupaba.
La noticia cayó como una bomba en el grupo. Lo conversaban
entre todos sin decirle nada a Milton, por supuesto, para no generarle
expectativas.
Alicia se sintió realmente apoyada, comprobó que no estaba
sola en la toma de decisiones difíciles, porque todos se sintieron responsables
de la idea. Actuaron como una verdadera familia, dieron vuelta la idea al
derecho y al revés, consideraron los pro y los contra y los posibles peligros.
No querían que Alicia o su hijo corrieran ningún riesgo.
Pero al fin todo parecía concluir que no había nada que
temer.
Miguel
Mi nombre es Miguel Alcántara tengo 42 años soy casado con
una hija de 14 años. Integro el grupo de Voluntarios desde el 2011. Algo en la
historia de Milton me engancho desde un principio por eso empecé a escribir
sobre el desde que me enteré que le daba por escribir.
Primero unas simples anotaciones que fueron tomando forma de
capítulos y ahora estoy abocado a armar todo eso como una novela y publicarlo.
No tanto para mi provecho personal como para dar a conocer a Milton y su obra.
¡Se está volviendo una celebridad! Decía Gerardo.
Yo fui el que más objeciones puso a la idea de Alicia de
llevarse a Milton a su casa.
No es que lo considere un hombre peligroso, tampoco es
alcohólico, pero me preocupo por Alicia. Somos un poco como sus hermanos, como
la familia que no tiene.
Al fin acepté la decisión de la mayoría, pensando que al fin
y al cabo, entre todos podemos vigilar que las cosas vayan bien.
Herido mi
corazón
por una
pena de amor
que va
creciendo y se agranda
a la par
que mi dolor.
La mudanza
Jessica fue la encargada de contarle a Milton nuestra idea.
Al principio se lo tomó a risa, pensó que era una broma. Cuando le aseguramos
que era así, se mostró sorprendido. No podía creer que la vida estuviera
dándole otra oportunidad a esta edad y cuando ya no lo esperaba. Y una
oportunidad que le permitiría empezar desde cero.
— Algo
así como nacer de nuevo. Dijo emocionado.
En esa semana todos nos hicimos tiempo para ayudar a vaciar
el galpón reparar el techo, acondicionar el pequeño baño que tenía, revestir el
piso de hormigón con buenas tablas de madera. Hubo que reponer vidrios en la
ventana y arreglar la cerradura de la puerta.
Conseguimos donaciones de cama, colchón y frazadas. Una
pequeña mesa y dos sillas. Alicia colocó una planta sobre la ventana y así
empezó a parecerse a un hogar.
No podría describir la cara de Milton cuando llego a la
puerta y se detuvo a mirar.
Una mezcla de alivio, alegría y asombro. Por primera vez lo
vimos derramar un par de lágrimas. Ni siquiera en los momentos más duros de su
existencia había perdido su sonrisa.
Era una tarde soleada de otoño, atamos a los perros en el
jardín y Gerardo y yo pasamos a la descomunal tarea de bañarlo, afeitarlo y
cortarle el pelo.
Sería un hombre nuevo el que había de entrar en ese nuevo
hogar.
Entre risas empezamos por pasarle la máquina de cortar pelo
y luego un producto para desparasitarlo.
En una gran bolsa de residuos íbamos echando pelo, ropas
viejas y restos de zapatos.
Luego de bañarse y cortarse las uñas prendimos fuego a aquel
envoltorio.
Surgió un hombre de mirada dulce y sonrisa apacible.
Caminaba encorvado pero llevando en alto la dignidad humana.
La suya era una historia de superación, demostración viva y
patente de que la vida da segundas oportunidades y está en nosotros aceptarlas
o dejarlas pasar.
Llegará un día
en que las guerras terminarán
Imagino ese día en que la paz reinará
La humanidad
toda en verdadera hermandad
Recorriendo
caminos de amor y felicidad.
El nuevo Milton
Se convirtió en un abuelo para el hijo de Alicia. Sus dos
perros jugaban con el perro de su nuevo nieto. Se sentaba en el jardín al sol
largas horas mientras- el nieto- como el lo llamaba, le contaba de sus clases
en el liceo.
El resto del tiempo escribía, regaba las plantas, alimentaba
a los perros y las palomas.
Entre tanto progresaban dos proyectos, Jessica recopilaba
sus poemas para armar un libro y yo escribía su biografía.
Su vida había cambiado para siempre y los recuerdos de lo
vivido en la calle se plasmaban en poesías.
En medio de sus sonrisas y agradecimiento, en medio de
nuestra alegría por lo que habíamos logrado, una duda en lo más recóndito de mi
pecho, ¿y si no fuera feliz?
¿Añorará su antigua libertad?
¿Cómo se le dice no, a unas personas que deciden por
nosotros con la mejor intención?
Un grito que
llega al cielo
De amor y de libertad
De libertad y
de amor
De alegría y
hermandad.
Fin