Hola

Este año me decidí y empecé a escribir. Lo quiero compartir contigo.

domingo, 30 de marzo de 2014

Tarde de miércoles

Miércoles 16:30 – Susana

Hoy fue un día de locos en la oficina. Mucho trabajo atrasado. El gerente con un humor de perros. Clientes enojados llamando por teléfono. Y para completar a las 14:00 entraron cuatro encapuchados, armados a robar.
Nos obligaron a tirarnos en el piso. Sabían que había dinero y donde estaba. Todo fue muy rápido. Se fueron sin lastimar a nadie. Pero a dos compañeras les dio una crisis nerviosa. Se decidió cerrar la oficina temprano y que nos fuéramos a casa a descansar. Le hubiera avisado a Ernesto, pero me quedé sin batería en el celular.
Ya debe estar en casa.
Generalmente sale del taller a las 15:00.
Se va a sorprender cuando me vea.
¡Que frío y cómo llueve! Podríamos hacer el amor frente a la estufa, con muchos leños ardiendo, escuchando la lluvia. Siempre fui una romántica. ¿Qué le puedo hacer?
Abro la puerta, dejo el abrigo y voy caminando por el pasillo, cuando lo escucho hablar por teléfono.
Habla con una tal Elena y se ríe mucho. ¿Quién será? Debe ser una clienta.
En vez de entrar a la sala, me quedo escuchando del otro lado de la puerta.
¿Por qué hago esto? Nunca dudé de su amor en quince años de matrimonio. Pero no entro.
Lo escucho decir que se encontrarán el viernes a las 16:00. O sea después del trabajo.
¿No es una clienta entonces?
Definitivamente estoy paranoica. Viendo fantasmas donde no los hay. Ernesto me ama y no tengo motivos para dudar de el.
No entro a la sala. Sigo hasta la cocina y pongo la cafetera a funcionar. Lo voy a sorprender con un buen café y un beso.

Miércoles 16:35 – Ernesto

Ya está decidido. Hoy mismo voy a hablar con Susana. No puedo engañarla más.
No se lo merece. Le voy a contar lo que me pasó.
Como llegué a enamorarme de Elena.
Sin darme cuenta. Sin saber porqué.
¿Cuándo dejé de amar a Susana?
¿Cuando empecé a amar a Elena?
 Ni yo mismo sabría decirlo.
El hecho es que me enamoré. Otra vez. Como un adolescente. Como un tonto.
No estaba en mis planes, solo ocurrió.
Con Elena me siento vivo, entusiasmado, alegre.
Paso contando los días, las horas hasta que llegan esos cortos momentos en que nos vemos.
Todo el día mirando el celular, por si llega algún mensaje.
Me manda corazones, le mando corazones y flores y besos.
¿Soy injusto con Susana después de tantos años?
¿Soy un mal hombre?
Pero no puedo evitarlo. Y mejor que el engaño, es la verdad.

Me voy a la cocina a aprontar café. Y cuando Susana llegue nos sentaremos a hablar.

Lo mejor de leer


viernes, 28 de marzo de 2014

Hoy es el cumpleaños de Mario Vargas Llosa

Hoy cumple 78 años. Autor de novelas y ensayos ha cosechado a lo largo de su carrera innumerables reconocimientos y premios entre los que se destacan Premio Príncipe de Asturias de las letras (1986) y el Premio Nobel de Literatura (2010) entre otros.

Condición humana


Adiós carnaval.

Estoy frente a la computadora, la pantalla en blanco, pensando que escribir para el cuento. Empiezo a rememorar los tiempos cuando era adolescente y junto a mi madre y mis hermanas íbamos al tablado del barrio. Llevábamos las sillas y algo de dinero para comprar comida y bebida entre espectáculos.
Mamá decía –Lleven abrigo, que de noche refresca- Y así era.
El tablado humilde, con un cable atravesado y lamparitas de colores colgando.
El bullicio de los chiquilines, el vocerío de los vendedores de panchos y chorizos, el aroma que salía de los puestos de venta.
Y las infaltables rifas de dinero.
Recuerdo algunos artistas, como de relleno, mientras esperábamos las murgas más famosas.
Y si la murga llegaba cuando aún no habían finalizado, se apuraban, porque el sonido de platillo, bombo y redoblante que llegaba desde el camión hacía que ya no les prestáramos atención.
Miro a mi derecha y el espejo me muestra algunas arrugas nuevas que ayer no tenía.
Adiós carnaval.

Adiós juventud.   

sábado, 15 de marzo de 2014

Sobre el cuento La señora de Martínez

Este relato está inspirado en la canción de Billy Paul: Me and Mrs Jones, éxito en la década de los ´80

La señora de Martínez

Esta tarde voy a encontrarme con Clara, como lo hacemos todos los martes y jueves.
Mientras  los chicos están en el club haciendo deportes nosotros nos sentamos en el café de siempre, en una de las mesas más atrás, un poco ocultos por unas plantas de buen porte.
Allí nos tomamos de la mano y empezamos a conversar.
De cómo estuvo nuestro trabajo y la semana.
De los chicos.
De mi esposa y de su marido.
Y si notamos que nadie nos observa, nos besamos. Temblando de amor y de temor.
Parecemos adolescentes. Cuidando no ser sorprendidos.
Esto a veces nos entristece, es como si no hubiéramos madurado. Y a veces nos hace reír porque pensamos que somos muy jóvenes aún.
El nuestro es un amor complicado.
Somos concientes de que no está bien lo que hacemos. El engaño es algo vil y bajo, también cobarde.
Y lo estamos haciendo a nuestras parejas, a quienes una vez amamos y con quienes nos comprometimos.
¿Pero que se puede hacer cuando el amor muere? ¿Cuándo el hielo se instala entre los dos? ¿Qué hacer cuando sientes que tu pareja se convierte en un extraño?
Hoy, que estamos en los cuarenta años, no somos las mismas personas que prometimos amor hasta que la muerte nos separe.
Cambiamos, crecimos y tal vez nuestra pareja también cambió y creció, pero siguiendo otros rumbos.
Y como si eso fuera poca carga, encima conoces a alguien que te mueve el piso, que te hace volver a soñar, y otra vez sientes las mariposas en el estómago y la transpiración en las manos.
Otra vez esperando que el móvil suene, otra vez esperando que llegue el día de la cita, del encuentro.
Y todos esos sentimientos, cuando creíste que ya nunca más los ibas a sentir, cuando estabas convencido que te ibas a morir en la peor de las soledades, que es la que se siente estando en compañía.

Mientras conversamos hacemos planes, imaginamos una y otra vez como vamos a hablar con nuestras parejas, ensayamos el momento de decirles la verdad.
Comparamos varias posibilidades. Los dos juntos le hablamos a uno primero y luego al otro.
Cada uno habla por separado con su pareja.
Y luego, como les contamos a nuestros hijos. A donde vamos a vivir. Con ellos. Sin ellos.

Pasa el rato y ya es la hora de ir a buscar a los chicos.
Nos besamos otra vez y quedamos en encontrarnos nuevamente el jueves.
Pero cuando nos separamos los dos sabemos, sin decirlo, que nada de eso va a ocurrir.
Que vamos a seguir cada uno con sus obligaciones y responsabilidades. Que no vamos a destrozar nuestras familias.
Aunque eso suponga quedarnos con el corazón roto.



Corazón en llamas


Amo los libros


viernes, 14 de marzo de 2014

Epistolar

Me gusta escribirte.
Decirte cuánto te amo.
Mandarte corazones por mensajes de texto, besos por e-mail.
Prefiero escribirte.
Me pongo nerviosa si te veo. Me siento insegura. Me falta auto confianza. Auto estima que le dicen.
Y me emociono cuando recibo tus mensajes de amor.
Sonrío como una tonta mirando el móvil o la computadora.
Un mensaje amoroso de tu parte me hace feliz por el resto del día.
¿Qué me conformo con poco?
Si, tal vez.
Soy feliz con poco.
¿Será que me han hecho sufrir mucho?
¿Será que me he permitido sufrir por quien acaso no lo merecía?
No lo se.
No deberíamos sufrir por nadie. Ni cargar a nadie con la culpa de nuestro sufrimiento.
Me asusta el amor.
Mostrarme vulnerable.
Amar mucho y que me amen poco. O nada.
La sensación de ser correspondido en el sentimiento es algo incomparable.
Y no siempre se da.
No en mi vida.
No en esta.

Tal vez en otra.

Con un café.


miércoles, 12 de marzo de 2014

El cajón

Dentro mío llevo guardado un lugar especial, como un cajón, donde pongo todos mis mejores recuerdos, las más bellas vivencias, los momentos especiales y mágicos, los instantes de conexión y todas aquellas maravillosas experiencias que sé que no se repetirán.
Guardo todo allí y a pesar de que muchos dicen que hay que revivir los recuerdos para volver a sentir esa felicidad, yo no quiero volver a recordarlos.
Porque solamente puedo sentir un gran dolor. Porque fueron muy breves, porque no sabía que no volverían a ocurrir, porque se me escaparon como agua entre las manos.
Y me duele especialmente tu recuerdo.
No quiero acordarme de ti.
Me lleno de ocupaciones, tareas, preocupaciones, actividades y toda la vorágine en la que puedo engancharme.
Y me da resultado.
En general paso días y hasta semanas en las que no te recuerdo.
Hasta logro lucir alegre ante los ojos de los que me ven, siempre optimista y bromeando.
Pero un día cualquiera, sin aviso previo, sin indicio alguno que me haga anticipar su llegada, tu recuerdo salta del cajón y sale con toda la fuerza, con una energía demoledora.
Digo bien, demoledora, porque cuando eso ocurre me quedan los huesos molidos.
Me duele el corazón de verdad.
Se me doblan las rodillas.
Y me cuesta respirar.
Eso me puede ocurrir en la parada del ómnibus, en el trabajo o en el supermercado mientras hago las compras.
Los ojos se me inundan de lágrimas en plena calle y hasta en medio de una conversación.
Entonces miro para otro lado, me cambio de lugar, disimulo y logro que nadie se entere de lo que siento.
Hago el esfuerzo de volver a meterte en el cajón y ahí te dejo.
¿Por cuánto tiempo?
Me pregunto si podré lograr que las imágenes sean más débiles con el tiempo.
Si todos los momentos maravillosos que vivimos podrán diluirse de a poco.
O si por el contrario, la conexión se mantendrá intacta, de alguna manera y a pesar del tiempo y la distancia.

Creo que prefiero que permanezcas ahí, guardado, sin salir del cajón, porque al fin y al cabo, ¿de que me sirve que vivas en mi mente y en mi corazón, si no puedes estar a mi lado?