Lydia
Lydia dormía en su pequeño apartamento en Madrid. Era una
mujer hermosa de 32 años no muy alta con una cascada de pelo largo color caoba.
Dormía estirada en su amplia cama.
Dormía sola, vivía sola.
Eran las 2.30 de la madrugada cuando suena el timbre del
portero eléctrico. Maldiciendo y tropezando se levanta.
¿Quién molesta a estas horas?
—Hola linda, por favor abre y
subo.-
Era Gustavo. Hacía tres meses que no sabía nada de el. ¿O
eran cuatro?
Se le apretó el estómago de pensar que volvería a verlo.
Gustavo, que a sus 25 años parecía incluso más joven con su pelo largo por los
hombros, sus grandes ojos oscuros y su sonrisa de niño.
Abrió la puerta.
—Hola mi reina-
—¡Hey, muchacho! Ya te daba por
muerto.¿Que haces a estas horas? Estaba durmiendo.
La abraza –Pensé que tal vez querías compañía esta noche- le
sonríe.
Ella lo mira con gesto de enojo.
¿Sabes cuanto hace que no se nada de ti?
—Si. Lo se. Perdón por
despertarte. Nena, necesito un lugar donde pasar la noche-
Ella también lo abraza.
—Eres un inmaduro. Me prometiste
cambiar de vida, asentarte.
Siempre huyendo.
Escapando de los líos. El alcohol, las drogas. Con esas malas compañías.
—¿Por que no te quedas a vivir
aquí? El apartamento es mío, no es grande, pero es suficiente para los dos.
—Si, lo sé. Tengo que cambiar,
hacerme cargo de mi vida. Pero, dime, ¿Qué puedo ofrecerte, Lydia, mi amor? No
puedo ofrecerte nada, porque nada tengo. Y tú eres muy valiosa.
—No necesito que me ofrezcas
nada, te necesito a ti-
—Lo único que puedo darte es mi
amor, porque, ¿sabes que te quiero? ¿Lo sabes? ¿Te lo dije ya?
Gustavo se suelta de el abrazo y va al baño. Allí ve que
Lydia guarda un cepillo de dientes para el, para cuando venga, para cuando se
le antoje venir y se le apreta el corazón.
Vuelve al dormitorio, se acuesta y la abraza con fuerza.
—Esta noche soy todo para ti,
para lo que quieras, todo tuyo, al menos hasta que amanezca.-
Y el amor los envuelve en la ilusión de que podría ser, ¿por
qué no?
Podría funcionar.
Todo sería diferente.
Terminar con el dolor, con la soledad.
El amanecer llega y los encuentra abrazados.
Pero Lydia tiene que ir a trabajar.
Se desprende despacio de sus brazos.
Y va a darse una ducha, a vestirse, maquillarse, tomar un
café rápido.
Cuando regresa al dormitorio, el ya se fue.
Le dejó un papelito sobre la almohada que dice: Te amo.
Pasa la mano por las sábanas que aún están tibias. Pero no
llora. Ya sabe.
Toma el abrigo y la cartera. Sale del apartamento y cierra
con llave.
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