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Este año me decidí y empecé a escribir. Lo quiero compartir contigo.

sábado, 17 de mayo de 2014

El circo en el pueblo

Esta es una historia real, me la contó mi abuela. Cuando yo tenía diez años vivíamos en un pequeño pueblo del interior. En realidad se trataba de una ciudad, prolija, con sus casas alineadas, pintadas de colores llamativos, las calles limpias y los jardines arreglados. En la misma cuadra  también vivía la familia Ledesma García. Eran buenos vecinos, una familia acomodada, propietarios de un importante comercio de librería y juguetería en el centro mismo de la ciudad frente a la plaza. El matrimonio tenia tres hijos, dos muchachos de veintidos y veinte años y la pequeña María Luisa de diecinueve. Y digo pequeña pues esta chica había nacido con Acondroplasia, el nombre clínico de una condición que todos conocemos como enanismo. Era una chica hermosa, alegre, inteligente, que había terminado el bachillerato con excelentes notas y ahora estudiaba sicología.
La vida cambiaría drásticamente para ellos a partir del día que llego el circo al pueblo. Entraron con un estruendo impresionante, los trailers de los artistas —que eran familias enteras— mas los vagones jaula de los animales. Traían perros caballos, monos y hasta un elefante. Los chiquilines del pueblo estabamos fascinados siguiendo cada movimiento que hacían, mientras se instalaban en un gran predio baldío cerca de las vías del tren. El día de la primera función estaba todo el pueblo presente. Los Ledesma estaban sentados en la misma fila que nosotros, aplaudiendo, felices con el espectáculo. Cuando llego el número de los caballos nos sorprendimos al ver que quien actuaba con ellos era un joven enano de unos 25 años. No pude evitar mirar hacia mi costado donde estaba Maria Luisa que estaba entre sorprendida y feliz. Cuando termino el espectáculo todos los integrantes salieron juntos al ruedo al saludar. Los espectadores aplaudiendo a rabiar, poniéndose de pie y retirándose al mismo tiempo. La familia de María Luisa saliendo y ella un poco más atrás mirando al joven enano. Cuando vio que el también la miraba, acerco su manito a la boca y le soplo un beso, el sorprendido, hizo el movimiento de atrapar el beso en el aire y poner su puño cerrado sobre su corazón.
Que decir que a partir de ese día María Luisa asistía a todas las funciones que el circo dio. Iba sola, su familia ya había visto la función.
Un mes después el circo empezó a desarmar sus instalaciones y al día siguiente se marcharon con el mismo estrépito que cuando llegaron. Y ese mismo día María desapareció. La familia entera se encerró en su casa. La madre lloraba, el padre y los hermanos estaban enojados con la forma como Maria Luisa se había marchado. Los vecinos no nos animábamos a preguntar por ella, para evitarles el enojo y el sufrimiento, pero todos sabíamos que Maria Luisa se había marchado con el circo. Pueblo chico infierno grande, dice el refrán, y es verdad. Pronto supimos que los padres no le perdonaban que hubiera abandonado su carrera universitaria, su futuro acomodado, por seguir a un pobre enano vagabundo pues no tenia ni un lugar fijo donde vivir. Que hubiera cambiado la posibilidad de atender pacientes en un consultorio coqueto, por vivir en un carromato y tener un número corriendo caballos y haciendo acrobacias sobre ellos. A nadie se le ocurrió pensar que ella era joven y que tenía derecho a enamorarse como cualquier persona. Y tampoco nadie pensó que solamente alguien con su misma condición podría ser su pareja.
Pasaron dos meses de aquel funesto día para la familia, cuando llego una postal de Maria Luisa contándoles donde estaban. Les decía lo feliz que era y como esta había sido la mejor decisión que había tomado en su vida. Con el tiempo la familia se fue resignando y cada mes, recibían una postal desde un lugar diferente donde el circo se instalaba y leían todas las novedades que Maria Luisa les contaba. Luego empezaron a llegar fotos y videos. Al fin terminaron por admitir que todo esto había sido lo mejor para ella. Solo cuando me hice adulta y tuve hijos comprendí cabalmente que los hijos no son de nuestra propiedad y que por muchos planes que hagamos, ellos seguirán su camino. Y así está bien.


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